Estados Unidos: utilizar la razón para rescatar a la razón

El resultado electoral en Estados Unidos levantó el velo sutil que nos impedía mirar la barbarie. Todo estaba allí desde antes y resultaba obvio que se iba a tornar en una poderosa movilización electoral: los sentimientos de odio contra las minorías, la intolerancia hacia los inmigrantes, el resentimiento contra el gobierno y los políticos del establishment, la insatisfacción de las clases media y baja con la economía, el rechazo a la globalización, el desprecio hacia los mexicanos, la inclinación por la supremacía blanca entre algunos sectores y el consiguiente agravio experimentado por tener un presidente negro...

Como las aguas de una presa rebosante que rompen el dique que las contiene, el triunfo de Trump hizo volar por el aire los escrúpulos que impedían la expresión abierta de estas impresentables manifestaciones de descontento. En unos cuantos días, mujeres y hombres de raza negra y latina, lesbianas, judías y niños de origen mexicano, se han convertido en el blanco de ofensas y maltrato en universidades, escuelas, gasolineras y otros espacios públicos. “A construir el muro”, les dicen unos secundarianos a niños de apariencia mexicana.
 
El 8 de noviembre señala un cambio de época. La tensión, la tristeza y el desconcierto se han instalado en la sociedad estadounidense. Confusos y preocupados, muchos americanos liberales, la mayoría jóvenes, marchan en muchas ciudades contra el próximo presidente. Es un esfuerzo desesperado por recuperar el destino de su nación.

Pero la inflexión histórica que atestiguamos no puede revertirse con movilizaciones callejeras. Una fractura inmensa y profunda divide a la sociedad norteamericana. A su paso, los manifestantes anti-Trump encuentran simpatizantes de éste que defienden su causa con vehemencia; esto ocurre en Nueva York, asiento histórico de los más vigorosos sentimientos liberales. En Carolina del Sur un automóvil lleva la consigna “matar” y porta banderas confederadas.

Por la importancia de los Estados Unidos, lo que allí ocurre refleja resonancias que proceden y actúan en el resto del mundo. Durante más de dos siglos, ese país fue donde mejor se desplegaron los propósitos de la modernidad y la Ilustración: el imperio de la ley, la legitimación democrática de la autoridad pública, el respeto al individuo y su sentido de responsabilidad moral, la aplicación de la razón y la ciencia en beneficio de la humanidad, la promoción de los derechos del ser humano sin restricciones de ninguna naturaleza, la promoción de la libertad, la igualdad y la fraternidad, y, en fin, el impulso a la educación como el medio por antonomasia para construir un orden social civilizado y pacífico.

Hoy, ese proyecto está recibiendo severos ataques en muchas partes del mundo. La salida del Reino Unido de la Unión Europea, el crecimiento de los partidos xenófobos y de derecha en varios países europeos, el antiliberalismo ruso y su nueva expansión geopolítica, el fracaso de la democracia en los países del Norte de África, y la bancarrota moral de algunos gobiernos en América Latina (sin dejar de incluir el fracaso de la democracia mexicana), constituyen ejemplos del vuelo victorioso de las fuerzas que socavan, queriéndolo o no, la confianza en el progreso impulsada por la moderna Ilustración.

A Estados Unidos le ha llegado su hora y por eso el proyecto de la modernidad ilustrada corre un riesgo global. Sin embargo, en vez de dejarnos atrapar por el desánimo es tiempo de pensar, analizar y debatir: utilizar la razón para rescatar a la razón.

Las causas últimas del extravío residen en la concentración de riqueza y oportunidades que se impuso tras el triunfo del capitalismo sin restricciones de los últimos treinta o cuarenta años. La globalización que localiza empleos en países lejanos, el cambio tecnológico que prescinde de la mano de obra, el imperio del mercado en la promoción de la salud o el fomento a la educación, el cinismo de los políticos seducidos por el patrocinio de las grandes corporaciones, entre otras cosas, son tierra fértil para la semilla del populismo demagógico que convence a los votantes con propuestas simples.

Necesitamos una nueva transformación de la política, la economía y la sociedad que lance hacia adelante el proyecto de la modernidad ilustrada y le sacuda el polvo. No hay que dar nada por hecho. Está quedando claro que el progreso no es una ley inexorable: tengamos presentes las posibilidades del odio. Los antiguos decían que la historia es la sucesión de ciclos continuos de auge, decadencia y caída. No estoy de acuerdo en que esto suceda siempre. La historia también progresa hacia algo mejor cuando los seres humanos ejercen la virtud y la generosidad en su vida pública con el propósito de mejorarla. Esto lo vamos a ver porque la oscuridad atrae a su opuesto.

Escrito por: Héctor Raúl Solís Gadea
Fotografía: Humberto Muñiz
Fuente: Milenio